El destino tropieza

Belén detiene su maltratado carrito al ver al chico que en su emoción estalla en gritos y carreras por la plaza del rectorado de la universidad, mientras sus hermanos lo persiguen, para abrazarlo por enésima vez.

Ella reconoce la medalla con cinta roja sobre su toga:

—¡Otro abogado!—deduce y sonríe, contagiada por su dicha, añorando sus años de universitaria.

Los tres hermanos atrapan al loquito recién graduado en sus brazos y en un instante se les unen dos hermosas muchachas, quienes, por el color pelirrojo de su cabello, parecen también ser sus hermanas.

Le resulta bonito mirarlos.

El papá de los chicos se les acerca y Belén lo reconoce, a pesar de los años sin mirarlo. Es su Gustavo, su compañero de la Escuela Vargas de medicina, el hombre que le juró amor eterno y que…¡ahora está con otra!

La observa, es una alegre pelirroja que se une al cielo de brazos, que cubre al graduado.  Esa podía ser doctora también y sus hijos tal vez físicos, odontólogos, contadores, arquitectos, ingenieros y ¿por qué no?, quizás algún astronauta.

Su lugar debía ser calzar los zapatos de ella, de reina, de madre, de mujer feliz.  Esos debían ser sus hijos, sus únicas angustias y su felicidad.

Belén evade la envidia y confronta la culpa, recuerda cuando Gustavo le imploró para que no lo abandonara, entonces ella era mucho para estar con un “gallo come libros” ,como lo pensó entonces, hasta poco atractivo le resultó, cuando descubrió todo lo que su belleza le compraba en la ciudad.

Lo dejó por un chico rico de la escuela de Geografía, que solo la arrastró a las playas, a las fiestas, a las drogas y a la calle. Cuando tuvo conciencia no pudo marchar en reverso. Ya sus padres habían muerto en Ciudad Bolívar y no vieron regresar a la niña que mandaron a la capital a graduarse de doctora.

La alegría tropieza con ella.

Gustavo se disculpa de rozarla y continúa hasta su vehículo, donde los suyos ya se acomodan entre empujones.  Ella se da vuelta para verlo por última vez, con su felicidad.  Él se regresa y le sonríe. Ella se siente descubierta, se emociona.  Él saca de su bolsillo una moneda, respira su inmundicia, se la da y vuelve con su familia sin reconocerla, impaciente por celebrar.  Se acomoda frente al volante y arranca.

Belén empuña la moneda, que se convierte en tesoro, da vueltas a su carrito de trastos y lo ve alejarse con la vida que pudo ser para ella.

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